Tango
Como su vida era un tango, tomó clases de baile. Primero adelgazó y oscureció el armario. Dejó de tomar el sol e incluso, si podía, no salía a la calle con luz diurna. Luego, cambió su dieta. Adiós a la verdura y la fruta, hola al hígado y a los riñones. Alcoholizó en blanco la jornada -vodka, aguardiente, ginebra- y con un toque verde -absenta. De noche, no pisaba un bar decentemente iluminado. Los garitos oscuros le proporcionaron amistades borrosas y amantes confundibles, pero confortables por insustanciales. Probó las drogas al uso, pero las desechó por demasiado impulsoras de la locuacidad. Se encerró en la acción silenciosa, contumaz en su propósito sólo esbozado, tal vez sólo estético, tranquilamente mucho más cómodo. Al cabo de meses, estaba casi limpia: las heridas no se habían borrado, pero había acabado entendiéndose con ellas. No era feliz, pero ya no lloraba con los discos de Astor Piazzolla.
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